Tanto en talleres, actividades de Coaching, como en el trato cotidiano con clientes me encuentro a menudo con que uno de los causales más frecuentes para que los proyectos fallen, y los cambios esperados no sucedan, son los supuestos.
Los seres humanos somos especialistas en hacer suposiciones. Nuestro cerebro es una gran máquina de inferencias. Hacemos y deshacemos escenarios todo el tiempo. Desde el momento en que salimos a la calle, estamos haciendo suposiciones: respecto al clima, el medio de transporte, o cualquier otra actividad que nos impacte de uno u otro modo.
Realizar una suposición es, en muchos casos, la única estrategia contra la falta de certezas. Del mismo en que un armazón sostiene la estructura de un edificio para poder construirlo, los supuestos nos habilitan a planificar y responder en tiempo y forma. Sin ellos, muchas veces no podríamos comenzar a hacer actividades. Si se da el caso que tenemos que hacer una suposición (por ejemplo, cuantas personas vendrán a una fiesta), lo mejor es tener algún tipo de previsión en caso de que esa suposición no se cumpla. Nunca deberíamos ser conscientes de que los supuestos tienen una probabilidad de ocurrencia y no una certeza. Es decir, siempre estarán sujetos a tal vez no darse (leí una vez en una revista un artículo que mencionaba que algo así como el 85% de las cosas que nos preocupan jamás ocurre).
Pero hay casos en que los que hacer suposiciones no es la mejor forma de lidiar con la complejidad y/o la incertidumbre. Y, más allá de situaciones técnicamente complejas, me refiero a todas las veces que interactuamos con sistemas dinámicos complejos de naturaleza humana. Es decir, con otras personas. Cada uno de nosotros tenemos una historia diferente. Fuimos criados en diferentes ambientes, sociabilizamos con diferentes personas, y fuimos tomando decisiones que nos marcaron un camino único. Y esto se traslada entonces en tener una perspectiva única, personal e irrepetible.
En la práctica, me he encontrado conque una gran parte de los problemas de comunicación surge básicamente por hacer suposiciones sobre otras personas. Las realizamos cada vez que intentamos adivinar lo que el otro piensa, cuando atribuimos causas al comportamiento de los otros basados sólo basados en su comportamiento. Cada vez que hacemos una inferencia y la aceptamos como un hecho. Suponemos. Y luego, obramos a partir de esa suposición, lo que muchas veces, termina desencadenando conflictos y perdida de efectividad.
¿Hay alguna forma de evitar las suposiciones? Afortunadamente sí. Y es bastante sencillo de llevar a la práctica. Para evitar suponer, tenemos que volver a conectarnos con nuestra esencia. Cuando eramos niños y no sabíamos algo, ¿qué hacíamos? Preguntar. Reconocíamos que había algo que nos era desconocido y, ante la duda, investigabamos hasta hallar la respuesta. Aplicábamos una genuina curiosidad por las personas y las cosas, la cuales nos despertaban el dese de indagar.
Esta es entonces la forma más práctica de evitar las suposiciones. Preguntar. Cuando preguntamos, le damos al otro la oportunidad de que nos de información sobre el contexto, sus motivaciones, y la razón detrás de su accionar. Indagar, si es en forma respetuosa, nos permite establecer un puente de comunicación entre ambas partes. Y así, validado el punto de vista del otro, poder actuar y responder mucho más acertadamente.
La próxima vez que tengamos dudas sobre el otro, no caigamos en el error de suponer. Preguntemos. Mientras más conscientes seamos del poder de la indagación, mejores serán los resultados que obtendremos.
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